De las agencias misioneras al compromiso de la iglesia local (Lección 9)

El desafío misionero de nuestros tiempos demanda una cuidadosa planeación teniendo en cuenta la población a la que buscamos intervenir. No se puede improvisar porque, en ese caso, nos encaminaríamos al fracaso.

Es importante que la iglesia local revise el tipo de estrategias que está utilizando y aplicar los ajustes para cada caso en particular. Dios tiene una estrategia para toda comunidad de creyentes y esa especificidad aplica también al proceso misionero que desarrollen.

En ese orden de ideas, Él nos revela los medios que debemos utilizar para tener éxito en nuestra tarea.

El misionólogo, Jonatán P. Lewis, escribe:

La estrategia es la manera en la que abordamos la tarea que Dios nos ha encomendado. Algunos métodos son mejores; es sabio examinar los de otros para determinar cuál es el más adecuado para realizar la obra del Señor. La estrategia es una actividad espiritual. Su fundamento es la búsqueda sincera de la voluntad de Dios, buena parte de la cual ha sido revelada en su Palabra. También, nos demanda oración.”

Puede que usted y yo pensemos que una buena estrategia misionera es aquella que hemos concebido. Pero, ¿realmente es así? No siempre lo bueno que concebimos resulta estar en consonancia con la voluntad del Señor.

Le invitamos a leer Mateo 13:52. ¿Cómo podemos aplicar este pasaje a la planificación en el tema de misiones?

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CAMBIAR LOS ESQUEMAS

Tradicionalmente la responsabilidad de enviar misioneros ha recaído en las agencias especializadas, las que se financian con recursos provenientes de diversas organizaciones y denominaciones. Muchos creen que es en ellas sobre quienes recae la responsabilidad.

Por su parte, la iglesia local se ha confiado o, simplemente, marginado del asunto. Pero el esquema debe cambiar.

Las sociedades misioneras seguirán existiendo y desarrollando su labor. No obstante, las comunidades deben asumir un papel más dinamizador.

Las estructuras encargadas de enviar obreros a zonas remotas o, al menos distantes, tomó forma desde hace más de 140 años.

Por ese motivo, cundo se habla de misioneros sin agencias que los envíen es casi como hablar de carreta sin caballo. Rechazan esa idea. La consideran extra bíblica cuando lo realmente al margen de lo Escritural es que las comunidades de creyentes sean quienes asuman esa labor.

Si un misionero desarrolla un servicio, de acuerdo con Efesios 4:11-16, ¿cuál es el propósito de la labor que desarrollan a nivel urbano, rural e intercultural, entre otras?

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Permítanos citar aquí al misionólogo y escritor, Jonatán P. Lewis:

El énfasis natural de la congregación local está en los ministerios del pastorado y la enseñanza, muchas también son activas en el evangelismo pero pocas reconocen el ministerio del apostolado (envío de misioneros) como una responsabilidad de la congregación local. Es por ello que poco o nada se hace para la extensión de la iglesia más allá de las fronteras de su propia localidad.”

En búsqueda de una respuesta bíblica a esta inquietud tendríamos que preguntarnos cómo asumió la iglesia neotestamentaria su responsabilidad de enviar misioneros.

LAS MISIONES EN LA IGLESIA PRIMITIVA

La iglesia del primer siglo fue consciente de su compromiso con la Gran Comisión pero no tenía estructura como tal. La primera expansión que se produjo, fue la consecuencia de la persecución, como podemos leer en Hechos 8:1-4. Le invitamos a leer el pasaje y compartirnos a continuación su perspectiva de la forma como Dios utiliza las circunstancias para cumplir sus propósitos:

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Como consecuencia, muchos de los creyentes llegaron a territorios tan lejanos como Antioquía, que era la tercera ciudad del Imperio Romano, y predicaron el evangelio a los gentiles de los cuales muchos se convirtieron (Hechos 12: 19-21).

Pablo fue el primer dinamizador de las misiones. No era parte de una estructura específica. Él mismo fue enviado, como leemos en Hechos 26:16-18.

Vaya a ese pasaje y enumere cuáles fueron las tareas que le encomendó Dios:

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Pablo de Tarso junto con los apóstoles Bernabé y Juan Marcos, integraron el primer equipo misionero.

Ahora, hay algo interesante sobre lo que debemos recabar: el Espíritu Santo los guiaba en dos aspectos: en torno a quiénes debían ir y a dónde.  Esos dos fundamentos que aprendemos en Hechos 13:1-3, son los que debe aprender y asumir la iglesia hoy día.

La iglesia de Antioquía no fue la que tomó la iniciativa para formar esta «organización»; sin embargo, fue la matriz en que se pudo formar y participó activamente en su envío. La conformación, entonces, era sencilla. Pero, no por básica tenía ni menos importancia ni menos eficacia.

¿CUÁNDO SE PUEDE DENOMINAR “ORGANIZACIÓN MISIONERA”?

Los esfuerzos que realiza la iglesia local, aun cuando sean básicos, pueden formar parte de una organización. No podemos menospreciar los comienzos pequeños.

En ese orden de ideas, hay estructuración cuando:

  • Se trabaja en consonancia con la voluntad de Dios.
  • Se trabaja en la planeación.
  • Se trabaja en equipo.
  • Se busca un objetivo común: Cumplir la Gran Comisión de Jesucristo.

Una vez defino qué hacer, el cuándo y en dónde, se procede a determinar con quiénes. Responder a esa ruta es la que nos permite determinar que hay una estructura u organización misionera.

MISIONES A TRAVÉS DE LA HISTORIA

Cuando echamos una mirada a la historia, encontramos que esa concepción de organización misionera, generalmente ha ido de la mano con la iglesia local.

Por supuesto, ha habido también entidades paraeclesiales, es decir, trabajan de la mano con las denominaciones pero no se sujetan al direccionamiento de una comunidad específica de creyentes. Su propósito es predicar a Jesucristo en donde no se ha expandido el evangelio.

Frente a las propuestas misioneras del catolicismo, la iglesia protestante reaccionó con reticencia. Querían estar al margen de cualquier hecho de corrupción.

Con las notables excepciones de los esfuerzos misioneros de los Puritanos a los indios de Norteamérica, de los Moravos a los esclavos del Caribe y de la misión Danesa-Halle a la India, el protestantismo no produjo un sostenido movimiento misionero hasta el siglo diecinueve.

Por lo tanto, durante los primeros dos siglos de su existencia, la iglesia protestante permaneció quieta en cuanto a las misiones, mientras que la iglesia católico romana se arraigaba en varios continentes a través de los esfuerzos de las misiones Franciscanas y Jesuitas.

GUILLERMO CAREY Y LAS MISIONES

En 1792, un empobrecido pastor bautista inglés, movido por una gran convicción de que la iglesia se debería mover para la evangelización mundial, escribió un ensayo titulado «Una investigación de la obligación de los cristianos en el uso de medios para la conversión de los paganos».

En este texto, Guillermo Carey propuso la formación de empresas formadas por cristianos serios, pastores y laicos, quienes se dedicarían al envío de misioneros a lugares inalcanzados con el evangelio.

Un año después, el mismo Carey fue enviado a la India como el primer misionero de la recién formada «Baptist Missionary Society».

Su pequeño libro fue usado grandemente para inspirar en la formación de varias sociedades misioneras en ambos lados del Atlántico de manera que, cuando a principios del siglo 19 el Espíritu Santo despertó un movimiento misionero entre los estudiantes universitarios, estas empresas ya estaban organizadas para enviar a los miles de voluntarios que se levantaron.

MODELOS PROPIOS

Concluyamos en una apreciación importante: las agencias misioneras hacen su parte, pero la iglesia local debe comprometerse.

No podemos sujetarnos o, mejor, conformarnos con los enfoques a los que por años estuvimos acostumbrados y que provenían de Norteamérica y de Europa.

Hay, tal vez, otros modelos en la historia que nos pueden señalar mejor el camino que deberíamos tomar. Se deben ajustar a la realidad de la comunidad en la que vamos a intervenir; tener en cuenta su cosmovisión, economía, cultura y nivel de desarrollo.

Lo fundamental es que decidamos revitalizar el tema de las misiones, hacerlo propio en nuestra agencia eclesial y, si hay ese llamado a dónde quiera que el Señor quiera enviarnos, dar los pasos necesarios para cumplir Su propósito eterno entre quienes no conocen a Cristo Jesús.


(C) Fernando Alexis Jiménez – Entrenador del Instituto Bíblico Ministerial de la Misión Edificando Familias Sólidas


 

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