De la infinidad de recuerdos agradables que conservo de mi lejana niñez, hay en particular uno que resultó inolvidable: El día que aprendí a manejar una bicicleta. Mi padre compró una de marco grande, color negro, y me llevó a un campo. El primer paso, en todo el proceso, fue aprender a conservar el equilibrio.
Antes de poder mantener en control del pequeño vehículo me caí muchas veces. Frustrado, me levantaba y volvía a intentarlo. Lo hacía con la plena consciencia que muy cerca estaba mi padre, presto para ayudarme si necesitaba algo. Aprendí que sí se podía montar una bicicleta, pero que no aprendería con un Manual con agradables dibujos sino yo mismo intentándolo una y otra vez.
Igual ocurre con la oración. Podrán existir muchos libros sobre el tema, pero lo cierto es que, a orar se aprende orando. Un proceso que demanda ir una y otra vez a la Presencia del Padre celestial. Quizá al comienzo sintamos cansancio, o rápidamente creamos que se acabaron las palabras; no obstante, pronto y si perseveramos, desarrollaremos intimidad con Dios.
Tenga en cuenta que nadie nos enseñará a orar. Aprendemos a orar, orando, como escribe el evangelista, Luis Palau:
…uno de los conceptos que solemos olvidar es que nadie puede enseñar a orar a otra persona. La oración es algo que yo tuve que aprender por mi mismo y que cada creyente tiene que aprender y practicar por sí mismo. Puedo compartir con usted promesas bíblicas, algunas de mis propias experiencias o experiencias de mis amigos, pero realmente no le puedo enseñar a orar. La oración es como la natación. Es algo que se hace en forma individual. Usted puede leer manuales sobre la oración, puede orar a otras personas y oír lo que esas personas dicen sobre las respuestas a sus oraciones, pero hasta que usted no empiece a orar no sabrá lo que en verdad es la oración. Para aprender a orar usted necesita empezar a orar. No demore un minuto más, si la oración todavía no es algo diario y emocionante en su vida. Se lo digo por experiencia.” (Luis Palau. “Cristo a las Naciones”. Editorial Unilit. EE.UU. 1988. Pgs. 198, 199)
El aprender a orar es una de las mayores inquietudes que en la cultura cristiana han tenido los creyentes. Leemos en las Escrituras que “Aconteció que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos…” (Lucas 11:1)
Probablemente usted de aquellos que han sentido frustración porque comenzaron a orar y pronto no encontraron nada más que decirle a Dios. Sus oraciones se circunscribieron a unos pocos minutos. ¿Le ha ocurrido? Probablemente sí. Creo— sin temor a equivocarme— que todos hemos vivido esa situación que en ocasiones puede resultar frustrante.
El apóstol Santiago hizo, en el primer siglo de nuestra era, una aseveración que me ha dado vueltas en la cabeza y sin duda a usted también: “Aun cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo piden con malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer.” (Santiago 4:2, 3)
Ahí estaba una de las muchas razones por las que los primeros creyentes creían que no recibían respuesta a sus oraciones, como también nosotros podemos pensarlo hoy. ¿Cuál es el centro del asunto? No sabemos orar.
Nuestro amado Salvador oraba, y bastante. Aprendió el secreto de la oración. “Era Dios hecho carne”, me dirá usted. No obstante, debemos recordar que estaba desarrollando su ministerio terrenal. Y vivió la experiencia, como debemos vivirla nosotros hoy.
En el Evangelio leemos que: “Inmediatamente después, Jesús insistió en que los discípulos regresaran a la barca y cruzaran al otro lado del lago mientras él enviaba a la gente a casa. Después de despedir a la gente, subió a las colinas para orar a solas. Mientras estaba allí solo, cayó la noche.” (Mateo 14:22, 23. NTV)
El Señor Jesús era disciplinado. No comenzaba ni terminaba jornada sin que hubiese oración en medio. Es lo que nosotros debemos hacer hoy.
Nuestro sincero deseo es que el material que tiene en sus manos, resulte enriquecedor en su vida espiritual y desarrolle esa maravillosa disciplina de ir a la Presencia del Señor, siempre.
EJERCICIOS PARA REFORZAR LOS CONOCIMIENTOS
Todo proceso de aprendizaje se refuerza con la revisión de los apuntes personales, pero, también, repasando principios que nos ayudarán a tener una mejor fundamentación. En ese orden de ideas le animamos a desarrollar los siguientes ejercicios:
1.- ¿Por qué muchas personas no reciben respuesta a sus oraciones de acuerdo con el pasaje de Santiago 4: 2, 3?
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2.- ¿Cómo comenzaba y concluía sus jornadas el Señor Jesús? Lea Mateo 14: 22, 23 para encontrar la respuesta:
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3.- Como estudiante que se forma para un desenvolvimiento ministerial, ¿Cuánto tiempo pasa diariamente en oración?
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© Fernando Alexis Jiménez – Entrenador del Instituto Bíblico Ministerial de la Misión Edificando Familias Sólidas.