El día para comenzar una nueva vida

Nuestro Señor Jesús hizo posible el perdón. Sin embargo, Dios no nos obliga a acogernos a su Gracia. Somos usted y yo quienes damos ese paso.

Por mucho tiempo Steven Lawayne Nelson, de 37 años, miró el corredor de la muerte con la expectativa de que, cada guardia que iba o venía, le trajera la notificación de que sería ejecutado.

Las horas se tornaban eternas y solo anhelaba que la zozobra terminara. Estaba en paz con Dios y con sus seres amados. Le asistía el convencimiento de haber recibido el perdón por la gracia divina. Y si algo miraba con expectativa, era el momento en el que cruzaría el umbral hacia la eternidad.

Su muerte, por una inyección letal, se produjo el 5 de febrero del 2025. La ejecución ocurrió en Huntsville, Texas, atendiendo una decisión de la corte.

“TENGO PAZ EN EL CORAZÓN”

La ejecución de Nelson fue la segunda en Estados Unidos en el 2025. Nelson había sido condenado por el asesinato del reverendo Clint Dobson, un pastor de 28 años, que fue golpeado, estrangulado y asfixiado con una bolsa de plástico dentro de la Iglesia Bautista NorthPointe en Arlington.

El crimen ocurrió en 2011, durante un robo en el que también resultó gravemente herida la secretaria de la iglesia, Judy Elliott, de 67 años, quien logró sobrevivir pese a la brutal agresión.

Antes de que le administraran el sedante pentobarbital, Nelson se despidió de su esposa, Helene Noa Dubois, quien presenció la ejecución a través de una ventana junto a su perro de servicio. “Es lo que es”, dijo Nelson, y añadió: “No tengo miedo. Estoy en paz”. Segundos antes de perder el conocimiento, dirigiéndose a Dubois, le pidió: “Déjame ir a dormir”.

UNA HISTORIA DE VIOLENCIA

Steven Nelson, abandonó la escuela secundaria y tenía un largo historial de problemas legales y arrestos desde los seis años. Una vida conflictiva, sin duda. Contrajo matrimonio mientras permanecía en el corredor de la muerte.

En sus fallidos intentos por evitar la ejecución, había suplicado clemencia, argumentando que solo había actuado como vigía durante el robo. Incluso culpó a otros dos hombres del asesinato del pastor Dobson.

En una emotiva carta a su esposa, Helena Noah Dubois, escribió: “Te amo y estoy muy agradecido de haberte conocido. Disfruta la vida.” El deceso tomó 24 minutos, aun cuando se veía el rostro de Nelson invadido por la tranquilidad.

SER SALVO ANTES DE MORIR

Nada determina que a última hora alcancemos la salvación. Es más, no sabemos si tendremos esa oportunidad porque sólo Dios sabe cuándo partiremos a la eternidad. Y para acogernos a la gracia divina, debemos ser conscientes que hemos pecado y que, por muchos esfuerzos que hagamos, nada pagará nuestra maldad.

La obra la hizo el Señor Jesús en la cruz del Gólgota. Pagó por nuestra maldad y ganó para nosotros el perdón. No podemos lograrlo en nuestras fuerzas.

Una historia de la gracia de Dios aplicaba a alguien que se encontraba a las puertas de morir, la leemos en el evangelio de Lucas:

«Uno de los malhechores que estaban allí colgados lo insultaba y le decía: «Si tú eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!» Pero el otro lo reprendió y le dijo: «¿Ni siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios? Lo que nosotros ahora padecemos es justo, porque estamos recibiendo lo que merecían nuestros hechos, pero éste no cometió ningún crimen.» Y a Jesús le dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» Jesús le dijo: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.»» (Lucas 23: 39-43 | RVC)

El ladrón de la historia no hizo mérito alguno para recibir el perdón divino, quizá ninguna obra buena. Su historial parecía ser de crimen. Y fue salvo por la gracia que le extendió Jesús.

¿SE IDENTIFICA CON LA HISTORIA?

Hace pocos días regresaba a Santiago de Cali. Cuando el avión entró en una zona de turbulencia, noté el nerviosismo del pasajero que ocupaba el puesto de al lado. Se aferraba al asiento, cerraba los ojos y apretaba los puños.

–¿Puedo ayudarle en algo? —le pregunté.

Me miró y esbozó una sonrisa que rápidamente se borró de su rostro:

Tengo miedo de morir. No sé adónde iría a parar—confesó, con el pánico reflejado en sus ojos. Su temor aumentaba con cada nueva sacudida de la aeronave.

Esa angustia no es solamente la de aquél ejecutivo. Millares de personas en todo el mundo la enfrentan. Puede que a su haber puedan citar buenas obras, sin embargo, en lo más íntimo de su ser saben que se perderán por la eternidad.

El apóstol Pablo escribió:

«No se engañen. Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará. El que siembra para sí mismo, de sí mismo cosechará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos desanimamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.» (Gálatas 6:7-10| RVC)

Nuestros pecados nos alejan de Dios. Una vida de maldad nos condena por la eternidad a la perdición.

TODOS MERECEMOS MORIR

De acuerdo con las Escrituras, por nuestros pecados no tenemos otra expectativa que la muerte por la eternidad.

Pablo, el apóstol, lo explica así:

«Así que, como por la transgresión de uno solo vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno solo vino la justificación de vida a todos los hombres. Porque, así como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos.» (Romanos 5:18-19 | RVC)

Nuestro Señor Jesús hizo posible el perdón. Sin embargo, Dios no nos obliga a acogernos a su Gracia. Somos usted y yo quienes damos ese paso.

El apóstol Juan anota, al aludir a la obra redentora de Cristo:

«Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.» (1 Juan 2:2 | RVC)

Jesucristo materializó con su muerte, la gracia, esa gracia maravillosa por la cual recibimos perdón de todos nuestros pecados—incluso de los que consideramos más graves—y nos asegura la eternidad junto a él.

Ábrale hoy las puertas de su corazón a Jesús. Recíbalo como su Señor y Salvador.


© Fernando Alexis Jiménez | @RevistaVidaFamiliar

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